El amor a la sabiduría

"Ama a la sabiduría quien la busca por sí misma y no por otro motivo, pues quien busca algo por otro motivo, ama a ese motivo más que a lo que busca." (Santo Tomás de Aquino: "Comentario a la Metafísica de Aristóteles", I,3,56)

domingo, 23 de septiembre de 2018

Publico aquí dos temas dados a conocer anteriormente por otros medios.

Crítica a la defensa del aborto del biólogo Alberto KORNBLIHTT


Cuando alguien alega ser un científico, la gente común –e incluyo especialmente a aquellos que tienen  una formación universitaria, antes que a la gente sencilla para quienes la fe más el poco sentido común que le queda a la sociedad constituyen un norte suficiente para la vida-, está predispuesta a asignarle a sus palabras un valor de verdad incuestionable. En el pasado debate que tuvo como escenario la Cámara de Diputados de la Nación a propósito del proyecto de legalización del aborto, expuso entre otros un destacado biólogo que pretendió haber demostrado que el embrión no es persona ni tampoco un ser humano.
A muchos les resultó definitorio y arribaron a la conclusión según la cual “la ciencia ya ha demostrado que el embrión no es un ser humano”. No importa que en el mismo lugar, antes de él y después, expusieran médicos, genetistas y otros especialistas que contradijeron con argumentos contundentes tal aserto. Probablemente, esos muchos a los que estoy aludiendo estaban dispuestos a aceptar aquella postura que les cuadraba más por razones de conveniencia personal o motivos ideológicos o, incluso, por una mal entendida compasión ante una constelación de problemas frente a la cual no se atina a encontrar la única solución justa, que es respetar la vida naciente.
En cualquier caso, me parece necesario mostrar que el expositor en cuestión - digamos ahora su nombre, Alberto Kornblihtt- pese a la solidez de su formación científica hizo uso de recursos retóricos incompatibles con la ciencia e incurrió en falacias que es preciso desmontar, tiñendo su exposición con un sesgo ideológico.
A continuación figura, en primer término, la transcripción de su presentación; luego, la crítica.

Alberto KORNBLIHTT
Cámara de Diputados de la Nación.
31/5/18 (exposición de la mañana)

Mi exposición tendrá como eje los conocimientos actuales en biología y en particular en biología molecular,   genética y epigenética, que confirman que un embrión no es lo mismo que un ser humano.
La unión del espermatozoide con el  óvulo  para formar el cigoto  es condición necesaria pero no suficiente para generar un ser humano. La información genética proveniente de los padres  no es suficiente y es necesaria otra información provista por la madre a través de la placenta. Los humanos somos mamíferos placentarios. Somos mamíferos por tener pelo y producir leche; y placentarios  porque  el desarrollo solamente puede completarse dentro del útero.
Durante los 9 meses de embarazo la madre no solo aporta a través del intercambio placentario  el oxígeno y los alimentos necesarios para que el embrión progrese, sino también anticuerpos fabricados por ella que protegen al embrión de posibles infecciones. Además las sustancias de desecho y el anhídrido carbónico generados por el feto o embrión pasan de su sangre a la de la madre a través de la placenta, de modo que sin  ese intercambio placentario el feto no podría progresar porque se intoxicaría.
Más recientemente se ha descubierto que las células y órganos del embrión y más tarde  del feto sufren cambios epigenéticos durante el embarazo, que son consecuencia de la íntima relación con la madre y sin los cuales el nacido  no progresaría. La epigenética es la disciplina que estudia aquellos cambios que ocurren en la expresión de los genes pero no en su información genética.
Cabe destacar que nadie ha logrado hasta el presente,  ningún  laboratorio, llevar un embrión de mamífero ni humano a término fuera del útero de una madre.
Todo esto indica que el embrión y el feto no son seres independientes de la madre sino que hasta el nacimiento son casi como un órgano de la misma.
Para la mayor parte de las legislaciones, incluso de los países donde está penalizado el aborto, la persona humana comienza con el nacimiento con vida, es decir cuando el bebe se separa completamente de la madre. Establecen que si el embarazo se interrumpe en forma natural o provocada antes del nacimiento, la persona se dará por no haber existido nunca jamás.
No hay conflicto entonces entre  el concepto de persona y el concepto de embrión o feto. Incluso no hay conflicto en  concederle derechos suspensivos al  embrión, los cuales se hacen efectivos  al nacer con vida.
Donde hay conflicto es en lo que algunos califican como de vida humana .Un concepto que como veremos no tiene definición taxativa y  responde más a creencias que a hechos.
La biología no define vida humana sino que define vida. La vida es la forma particular de organización de la materia que cumple con dos condiciones esenciales: reproducción  y metabolismo. La definición  de vida sensu stricto está referida solo a las células. Una célula viva lo está porque puede dividirse y puede metabolizar, y es tan viva tanto las células del embrión como  las del feto o del bebé o del adulto, pero también están vivos los espermatozoides  que se eyaculan fuera de la vagina, los óvulos que son eliminados con cada menstruación, las células de la placenta que se desecha  en cada parto, las células de un humano que acaba de morir siguen vivas por un tiempo no despreciable y  al respecto cabe   preguntarse porque para algunos  es aceptable concebir que después de la muerte legal de una persona definida en función del cese de la actividad cerebral o del latido del corazón, se admite que sus células sigan vivas por un tiempo y resulta para esas mismas personas difícil concebir que un embrión humano está formada por células vivas pero todavía no es un ser humano.
Todo lo anterior nos lleva a considerar el estatus del embrión. Para la biología un embrión es un embrión, no es un ser humano. En todo caso es un proyecto de ser humano que necesita una serie de pasos que ocurren dentro del útero para llegar a ser un ser humano.
El concepto de vida humana es una convención arbitraria que responde a acuerdos sociales, jurídicos o religiosos pero que escapa al rigor del conocimiento científico.
Esta divergencia de criterios lleva a la dificultad de ponerse de acuerdo sobre el estatus del embrión, pero deberíamos ponernos de acuerdo en que no es un ser humano y que por lo tanto no sería un crimen interrumpir el embarazo prematuramente.
Prueba de ello, y esto se ha mencionado varias veces,  es que la pena por practicar un aborto es mucho menor que la pena por matar una persona, y en definitiva está indefensa esa supuesta persona, y el [1]hecho de que esté permitido abortar en casos de violación o de  peligro de la vida de la madre,  porque si ese embrión o feto fueran seres humanos en un país donde no es legal la pena de muerte,  qué categoría inferior tendría un ser humano proveniente de una violación respecto de los que no son resultado de ella como para que sea permitido “matarlo”.
Resulta interesante   recurrir a la definición de aborto que figura en la 6ª edición de un diccionario de genética de KING y STANFIELD de 2002.Las dos acepciones son: aborto: “la expulsión de un feto humano del útero por causas naturales antes de que sea capaz de sobrevivir independientemente, y la segunda acepción  “es la terminación deliberada de un embarazo humano, muy a menudo realizada durante las primeras 28 semanas de embarazo.”
Como se ve en ninguna de las dos acepciones se menciona la vida humana ni la palabra matar u  homicidio.
Todo lo dicho no implica que no se deba proteger a la mujer embarazada y a su embrión, Pero la mujer embarazada tiene que tener la opción y el derecho de interrumpir el embarazo prematuramente. De lo contrario se convierte en una especie de  esclava de su embrión a causa de convenciones sociales o religiosas que no se condicen con la gradualidad del desarrollo intrauterino.
Por eso los legisladores deben pensar en la cantidad de mujeres que por hacerse abortos en lugares inadecuados tienen infecciones, en la cantidad de adolescentes que por no abortar tienen que llevar un embarazo a término y criar un bebé cuando todavía son niñas o darlo en adopción en condiciones muchas veces ilegales, en la cantidad de genetistas que hacen diagnóstico prenatal, detectan  que el embrión va a nacer con una enfermedad no curable y se lavan las manos al no garantizar la opción de la interrupción del embarazo, en la cantidad de situaciones en la que se sabe que el embrión va a nacer mal  y aun sin un diagnostico genético.
Pido aquellos que tienen convicciones filosóficas o religiosas respecto de lo que llaman comienzo de la vida humana que respeten la racionalidad de otros argumentos y que diferencien evidencia de dogma y hechos de creencias. Porque no hay un absoluto y los legisladores deben legislar para todos.



Para demostrar que se debe legalizar el aborto, el expositor pretende fundamentar desde la biología que el embrión no es una persona y no es tampoco un ser humano.
I
A.K. presenta desde el punto de vista de la biología molecular, la genética y la epigenética dos afirmaciones, solidarias una de la otra: 1) la unión del espermatozoide con el  óvulo  para formar el cigoto  es condición necesaria pero no suficiente para generar un ser humano  y 2) “el embrión y el feto no son seres independientes de la madre sino que hasta el nacimiento son casi como un órgano de la misma”. 
La segunda afirmación es presentada por el expositor para fundar la primera: la dependencia del embrión o feto con respecto a la madre ““(el embrión y el feto) son casi como un órgano de la madre) llevaría a concluir que la mera unión de los gametos no genera un ser humano (por lo tanto, si no hay ser humano, se lo puede abortar voluntariamente). A ello le añada que hay cambios epigenéticos en el embrión.
A la segunda afirmación arriba luego de haber previamente detallado cómo se verifica a través de la placenta el proceso de desarrollo del embrión mediante la recepción de información (epigénesis) proveniente de la madre y de otras actividades de aportación que ella ejecuta suministrándole el oxigeno y su alimentación y facilitando el descarte de desechos generados por el embrión o feto.
Análisis crítico: a) nótese que el expositor no dice que el embrión es un órgano de la madre –si lo fuera- formaría parte física del cuerpo de la misma madre, como el hígado o un riñón: el autor dice “casi”, lo cual significa, ante todo, que no lo es.  Y aquí se trata de saber si para la biología, en nombre de la cual habla, es o no una parte del cuerpo de la madre, porque si lo es, ya no se puede decir que sea una ser humano. Por el contrario, si no es un órgano,  ya no cabe dudar que estamos frente a otra realidad, frente a otro ser. Pero, como claramente la exposición apunta a demostrar que no es un ser humano, al decir “casi” está utilizando un recurso retórico, sofístico, que tiende a crear en el oyente la impresión de que estamos frente a un apéndice de la madre y no una realidad distinta. Diremos por tanto que hay una extrapolación de métodos: si se trata de una exposición científica, el uso de recursos retóricos propios de la sofísitica, no cuadra con el pretendido rigor que se espera de la ciencia, a la cual no le está permitido el uso ambigüedades, términos sin definir ni exposiciones propias del discurso retórico.
Por otra parte, el “casi” queda descartado totalmente: todas las células, tejidos y órganos de un ser humano tienen exactamente la misma identidad genética, pero el feto, embrión, desde el primer momento de su inicio –con la singamia- tiene otro código genético distinto de la madre. Y esta es la prueba irrefutable, desde la misma biología, que no es un órgano, ni ninguna parte integrante del organismo materno.
b)  Si analizamos su argumentación, se concluye que la razón por la que según el autor habría que negarle al embrión la humanidad radica en la dependencia que tiene con respecto a la madre hasta el momento inmediatamente anterior a su nacimiento.
Pero hay allí una falacia: da por sentado que la existencia de una dependencia vital es la prueba de que “el embrión o feto no es lo mismo que un ser humano”, pero al proceder así omite fundamentar una premisa de su argumentación: tiene que demostrar que todo aquello que es dependiente carece de entidad propia. Si reconstruimos su argumentación, ella sería la siguiente:
Todo A dependiente de otra cosa B carece de entidad propia
Todo embrión es un A dependiente de otra cosa B (la madre)
Luego, todo embrión carece de entidad propia.

La premisa menor (la segunda proposición) se encuentra fundada (“somos seres placentarios”, ningún laboratorio ha podido llevar un embrión de mamífero ni humano a término fuera del útero de una madre”, etc.-Observación: se trata de una verdad de hecho, que el avance de la tecnología podría superar)
Pero la premisa mayor carece de fundamento. Más aún: es fácil encontrar casos de estrecha dependencia en las que no se cumple esta ley: casos en que “algún A que tiene estrecha dependencia de un B no carece de entidad  propia” (observación: en el cuadro lógico de la oposición de propósiciones la premisa mayor es una proposición A –Todo S es P-, la cual tiene como contradictoria la proposición particular negativa –algún S no es P-, donde si ésta última es verdadera, la contradictoriq universal afirmativa es forzosamente falsa. Ahora bien, la particular negativa es verdadera: es posible encontrar casos de estrecha dependencia de entes que tienen su propia entidad. Por ejemplo, un parásito, la tenia saginata, un recién nacido, Stephens Hawkins, etc. .
En conclusión: queda doblemente refutada la tesis del biólogo: en a) en el mismo terreno de la biología  y en b) desde el punto de vista de la lógica.
II  Sobre el estatus del embrión: no es una persona ni es un ser humano
Pero, entonces, la pregunta que hay que formular es esta: si no es un órgano, ¿qué es? La respuesta: es un feto (o un embrión). Y ¿qué es un embrión? Si decimos, como se ha dicho en una de las exposiciones en la Cámara de Diputados, y que el autor repite,  que “el embrión es solo un embrión”, la respuesta es descartable por ser tautológica (“A es A”). Hay que explicar al embrión por algo más. Pero no se advierte que el autor haga eso. Peor: dice lo que no es (no es persona, no es un ser humano) sin enseñarnos desde la biología qué es en concreto. Veremos en seguida que pretende sostener que es vida, pero no vida humana. Con lo cual nos quita toda posibilidad de identificar qué tipo de realidad son el embrión o el feto (por ejemplo: ¿“es un conjunto de células con vida que está dentro de la madre”? Sin embargo, una mola es también un conjunto de células con vida que está dentro de la madre, y no es un embrión. Pero hay una sola respuesta que está prohibido dar, porque a los abortistas se les viene abajo la estantería ideológica: es un ser humano. Un ser humano que si no lo perturban en su desarrollo, con el tiempo será bebe, niño, adolescente, joven, adulto, anciano. El autor lo sabe muy bien y por ello su exposición se endereza a negarlo, parece que evita hablar del “embrión humano” y evitando adjetivarlo como “humano”.
Sobre el estatuto del embrión A.K. hace dos afirmaciones: 1) que no es persona, puesto que persona es cuando nace y 2) que no hay vida humana en el embrión (y con ello considera que no estamos habilitados para hablar de un ser humano)
Con respecto a la afirmación 1) (“que no es persona, puesto que persona es cuando nace”) el autor deja de lado la biología: recurre al Derecho comparado. Con ello A.K. incursiona en un campo epistemológico en el que como biólogo no está en condiciones de transitar, pero, lo grave es que su exposición pretende estar resguardada en la autoridad  y competencia de un experto científico. No obstante ello, su postura es discutible: ante todo desconoce que el Derecho no busca proporcionarnos una definición esencial de la persona (aquella en la que se nos dice qué es “ser persona”), sino en una definición operativa: a los fines prácticos, para el Derecho persona es quien ha nacido con vida. Algo que podría ser perfectamente comprensible: para los intereses del Derecho por razones prácticas los nacidos vivos recién adquirirían un estatus legal y pasarían a ser sujetos de derechos. El Derecho no nos da una definición de persona –a menos que se lo pregunte a la filosofía- pero pareciera estar adoptando un criterio práctico: para que se lo considere persona y titular de derechos por consiguiente, la condición es que haya nacido vivo. A primera vista, pareciera que al Derecho no le interesa como tal el embrión, porque puede morir, por lo que no sería práctico establecer ninguna reglamentación específica sobre él, ya que no es un ciudadano, no lo censamos. Sin embargo, sí da lugar a una asignación pre-natal, con lo que al reconocerle a la madre trabajadora o a su padre el derecho a percibir una asignación familiar: ¿no será acaso porque el Derecho considera que el embrión es un integrante de la familia que en un plazo no mayor a nueve meses va a nacer?). Esa podría ser la razón que explicaría por qué para el Derecho “la persona comienza con el nacimiento”). Sin embargo no es así de ningún modo: el caso de Carolina Píparo muestra que la muerte del feto fue una importante “circunstancia” agravante en el castigo a los culpables. A ningún juez se le ocurrió decir que en aquella circunstancia la muerte del feto –que según A.K. no es un ser humano-   fue la muerte de un “casi órgano de la madre” o de un mero conjunto de células. Pero, y esto es fundamental, en la República Argentina, el Código Civil en su art. 63 (De las personas por nacer) afirma que “Son personas por nacer las que no habiendo nacido están concebidas en el seno materno”· En el art. 70 (De la existencia de las personas antes del nacimiento)  se establece que “Desde la concepción en el seno materno comienza la existencia de las personas y antes de su nacimiento pueden adquirir algunos derechos, como si ya hubiesen nacido. Esos derechos quedan irrevocablemente adquiridos si los concebidos en el seno materno nacieren con vida, aunque fuera por instantes después de estar separados de su madre.” Además, el art. 51 prescribe que “todos los entes que presentasen signos característicos de humanidad, sin distinción de cualidades o accidentes, son personas de existencia visible”. Por si fuera poco, hay garantías constitucionales que explícitamente dicen todo lo contrario a lo que pretende A.K. sobre el estatus del embrión y su presunta carencia del estatus de persona. Como conclusión, salvo error, solo cabe deducir que los textos jurídicos consultados por el autor –si existen-  pertenecen a la legislación de otros países (su argumentación podría valer en esos países, no en el nuestro). De hecho, las ciencias jurídicas hablan de la progresividad de derechos en el embrión, lo cual no significa que no sea persona ni sea humano, sino todo lo contrario: ¿cómo podría adquirir derechos en progresión si no fuera una realidad en sí y sujeto de derechos? La progresividad del derecho no es criterio para negarle entidad de persona al embrión: de hecho la hay en el niño: no puede ejercer por sí ningún derecho, como por ejemplo podría ser el derecho a la libertad de expresión, etc.
Análisis crítico: Por un lado, A.K. incurre en extrapolación de campos epistemológicos: su objetivo es realizar un aporte al debate desde la biología sustentando su exposición en el rigor científico de dicha ciencia. Sin embargo, incursiona en el Derecho (dentro de esta área, presumimos que en el Derecho comparado) para pretender que el embrión no es persona.  Este hecho evidencia su falta de rigor y seriedad. Por otro lado, el Derecho argentino de ningún modo le da la razón sino que lo contradice directamente.
Con respecto a la afirmación 2) (“que no hay vida humana en el embrión”), dice lo siguiente: a) el concepto de “vida humana” es un concepto “que no tiene definición taxativa y que responde más a creencias que a hechos.”
Argumenta así: la biología define vida pero no define vida humana. La vida es una forma de organización de la materia que tiene dos propiedades: reproducción y metabolismo. En sentido estricto vida se aplica solo a las células, las cuales poseen vida si se multiplican y si metabolizan. Así, las células del embrión o del feto están vivas, pero también las de la placenta, un espermatozoide, un óvulo, y también, durante cierto tiempo, las células de “un humano” que murió. A.K. ve también una contradicción en aquellos que reconocen que en el difunto hay células vivas (es decir que ya no existe “el humano”) y son incapaces de darse cuenta que el embrión, formado por células vivas, no es todavía un ser humano.
Sostiene en síntesis que un embrión no es un ser humano y que el concepto de vida humana es una convención arbitraria que responde a acuerdos sociales, jurídicos o religiosos pero escapa al rigor científico. En efecto, el autor aduce que la biología no conoce el concepto de “vida humana”: “El concepto de vida humana es una convención arbitraria que responde a acuerdos sociales, jurídicos o religiosos pero que escapa al rigor del conocimiento científico.”
Por lo tanto, dice A.K., deberíamos ponernos de acuerdo en que no es un ser humano y por lo tanto no es un crimen interrumpir el embarazo prematuramente (hasta ahí A.K.).
Análisis crítico:
1º) Preliminarmente, causa cierto estupor que un biólogo investigador del Conicet afirma con tanta seguridad que la ciencia a la que representa como un cultivador especializado, no está en condiciones de identificar la vida humana. Si le tenemos que creer, la conclusión obvia es que no existe una disciplina que pueda llevar el nombre de “biología humana”. Un rotundo fracaso de la ciencia, que por su propio dinamismo continuamente descubre nuevos territorios para explorar. Pero por las mismas razones, tampoco podría existir una biología animal como distinta de la humana: ¿si no tenemos medios rigurosos para establecer qué es la vida humana, cómo podríamos hablar de “vida animal”? Para tranquilidad de los espíritus inquietos existe la biología humana y, más aún, existe la embriología humana que se enseña en las facultades de medicina, así como una embriología animal que se imparte en las de veterinaria.
2º)  A.K. incurre en un error que se conoce con el nombre de “reduccionismo”. El reduccionismo es un error que se comete cuando el científico se enfoca en una dimensión, parte o aspecto de la realidad que le resulta de interés a la ciencia que cultiva, y pretende que esa es la última palabra sobre el todo. Es decir que se incurre en el error del reduccioniamo cuando se reduce el todo a una de sus partes. Ejemplo: el químico analiza los elementos químicos que están presentes en el cuerpo humano (hidrógeno, nitrógeno, oxígeno, etc.). Todos sus estudios son legítimos e inobjetables. Está en todo su derecho a limitarse a la investigación de los elementos químicos que existen en el hombre (o en todo ser viviente), pero cuando pretende que el hombre es sólo eso, incurre en un reduccionismo: reduce el hombre a una de sus partes. Lo cierto es que el hombre es mucho más que sus elementos químicos o físico-químicos. 
) Además, si esto es así –por un momento le vamos a creer a nuestro biólogo-,  hay que reconocer que la biología –al menos la que cultiva el autor- carece de herramientas conceptuales para distinguir entre los elementos de la vida (las células que presentan las características de la división y la metabolización) y los organismos vivientes. Los ejemplos que da así lo muestran: siempre están referido a células (espermatozoides, óvulos, células de los órganos de las personas muertas, etc.). Ello es muy grave, porque significa que desde la biología (tal como la presenta y cultiva el autor) no tenemos forma de definir “ser humano” ni de distinguirlo de otros seres. Pero tampoco podríamos afirmar que un perro es un perro, que un león es un león (podemos hablar de las células vivas que los componen y nada más, todo lo que se diga también tendría ser reconocido como una convención). Si un hombre es devorado por un león, deberíamos decir que, o bien lo devoraron las células del león, o bien que lo devoró una convención (incluso, deberíamos decir que quien sufrió el ataque del felino tampoco fue un hombre sino un conjunto de células, o una convención). Esta incapacidad que presenta la biología que cultiva nuestro científico es peligrosa: no sólo le sirve para negarle todo estatus de entidad orgánica relativamente autónoma al embrión y su carácter de ser humano, abriendo la puerta para su supresión sistemática, sino que además, sin darse cuenta, esta postura lo inhabilita para defender a las mujeres que se practican un aborto ilegal: no podríamos decir, desde la biología, que ellas sean seres humanos. Y si lo afirmamos, ello responde a una mera convención que, como toda convención, es de suyo revocable. Esperemos que nunca suceda, pero ¡¡ no olvidemos que Hitler “revocó” el estatus de ser humano personal a los judíos, cristianos y gitanos y que los romanos les negaban a los esclavos el título de personas!!. Al mismo resultado llegan hoy los defensores de la legalización del aborto: ser un ser humano es una convención que unos a otros nos deparamos, pero al embrión o al feto, se la negamos, sea por razones sanitarias, sea por “respeto” a la libertad de la mujer que una vez que se convirtió en madre decide no esclavizarse a un embrión ([2]).
Para terminar de explicar en dónde radica el error del reduccionismo, se podría hacer una analogía: su postura es similar a la de aquélla persona que se “especializa” en ladrillos y sólo y en tanto que  son ladrillos, pero se niega a distinguir una casa de ladrillos de un montón de ladrillos. Su autolimitación intelectual es risible: “para mí –tendría que afirmar nuestro imaginario “especialista” a la vista de la Casa Rosada- lo que tenemos aquí enfrente no es una casa: sólo hay ladrillos.” Aunque la comparación tiene sus limitaciones: en el caso de la biología los organismos vivientes tienen, de algún modo, una prioridad ontológica sobre los elementos de que están compuestos, sean ellos elementos químicos, sean células. En los vivientes, cualquiera que sea la etapa de desarrollo, es válido decir de ellos que el todo es, en cierto modo, más que las partes. En el caso del edificio, éste surge a partir de la adición de un ladrillo al otro: el todo que conforma cualquier edificio es un todo que aparece al final del proceso aditivo de ladrillos (y cemento). Por decirlo así, aunque suene exagerado, antes de la colocación del último elemento de la construcción, no se puede decir que exista el edificio: es un proyecto en devenir. Un ser viviente como el embrión, es una unidad biológica con una unidad intrínseca desde el mismo momento en que quedó constituido como tal, en el instante subsiguiente a la unión de los dos gametos haploides. No es un proyecto de algo que aún no existe. Existe (vive)  por  sí mismo y desde sí mismo, auto-dotado con los “mecanismos” naturales que le permiten, dentro del útero de la madre y gracias a ella, regular su homeóstasis vital y desarrollarse según sus propios tiempos y etapas. Lo que le falta de despliegue o crecimiento, no autoriza a yugular su existencia, aduciendo que al carecer de las cualidades que tienen los ejemplares adultos, no es un integrante de la familia humana. La carencia de tales cualidades en esas fases de desarrollo, cualesquiera que se desee enumerar, como por ejemplo, la conciencia, la autoconciencia, la libertad, la comunicatividad lingüística, la reactividad afectiva, no es una razón suficiente para negarle el estatuto de ser humano al embrión. Razonar de ese modo, como lo hacen los defensores del aborto, es tan irracional como aquél que, no advirtiendo la presencia de limones en la  diminuta planta que está creciendo, lo tala impiadosamente: ¡esto no es un limonero, no da limones! El limonero sólo da limones cuando llega al momento oportuno de su desarrollo. Esto está dicho contra los que sostienen que el embrión no es una persona, porque no es consciente de sí mismo, no razona, etc. etc. Lo hará si lo dejan vivir y en el momento adecuado. Asimismo, A.K. omite decir que el embrión tiene una código genético único e irrepetible (distinto del de la madre y del padre), el cual lo acompañará desde la concepción hasta la muerte, y que el genoma que posee es el propio de la especie humana (aún cuando comparte el 99% del genoma de los simios: ese 1% nos identifica como humanos).

Estas observaciones críticas revelan que nuestro biólogo padece de una grave auto-ceguera.
4º) Si la biología no puede definir el ser humano, tampoco está en condiciones de negar que el embrión sea un ser humano (en desarrollo, gracias a la madre). Debe hacer silencio. Por lo tanto, la crítica en este punto es que A.K. incurre en contradicción. Esa contradicción es la siguiente: por un lado se vale de creencias (la “creencia” acerca de qué es un ser humano) para negar que el embrión pertenezca a la especie humana y por otro lado, rechaza a los que opinan en forma contraria a él y a su visión biológica con el argumento de que son puras creencias y no son hechos: pero él mismo no se está basando en hechos. Por un lado, se autolimita como biólogo a reconocer la vida humana, pero por el otro no vacila en negar que exista en el embrión aquello mismo que según él  no se puede definir (la vida humana).

5º) Otro error en que incurre lleva el nombre de cientificismo. Este “viejo conocido” se arroga el derecho a mirar por encima del hombro a todo aquello que no esté afirmado como resultado de la aplicación del método experimental y/o que no pueda ser reducido a peso y medida. Este error o vicio de algunos científicos es fácil de rebatir: el principio cientificista (sólo debemos admitir lo que se demuestre con arreglo a las condiciones propias del método experimental, verificable empíricamente y expresable en fórmulas matemáticas) se auto-destruye: no es un principio verificable conforme a sus propias exigencias de demostrabilidad.

6º) Lo cierto es que hay hechos que oculta o niega y que nos lo proporciona la misma genética: a) Hay de su parte una manipulación de la información por omisión de datos relevantes: solo menciona lo que el cuerpo de la madre le aporta, pero nada dice acerca de cómo el cigoto, el embrión, el feto, realizan actividades vitales propias a nivel físico-químico y celular: tiene una autonomía (no absoluta: no hay autonomía absoluta jamás, ni en un ser humano adulto). b) Omite decir que el embrión tiene una código genético único e irrepetible (distinto del de la madre y del padre), el cual lo acompañará desde la concepción hasta la muerte, y que el genoma que posee es el propio de la especie humana (aún cuando comparte el 99% del genoma de los simios: ese 1% nos hace humanos).

Conclusión: en su alegato final, A.K. les pide a “aquellos que tienen convicciones filosóficas o religiosas respecto de lo que llaman comienzo de la vida humana que respeten la racionalidad de otros argumentos y que diferencien evidencia de dogma y hechos de creencias. Porque no hay un absoluto y los legisladores deben legislar para todos.”
Por nuestra parte, le pedimos a A.K. y los legisladores que deben legislar para todos, que dejen de lado sus dogmas filosóficos o ideológicos y respeten la racionalidad de las mismas ciencias biológicas.



Autor:  Gigena





[2] Cita textual: “Pero la mujer embarazada tiene que tener la opción y el derecho de interrumpir el embarazo prematuramente. De lo contrario se convierte en una especie de  esclava de su embrión a causa de convenciones sociales o religiosas que no se condicen con la gradualidad del desarrollo intrauterino”. La plataforma ideológica –por lo tanto anti-científica- desde la que los pro-abortos despliegan su lucha, se deja ver en esta frasecita: la pretensión de autonomía, y en especial de las mujeres, alcanza en esta ideología proporciones inconcebibles: la emancipación –en este caso, la de las mujeres- termina siendo emancipación contra la naturaleza. La misma naturaleza es vista en esta ideología como opresora, cuando en realidad el feto no es un amo despótico que anula a la mujer, sino que la misma naturaleza  ha organizado que el desarrollo del hombre, empiece en el seno de la madre. No son las “convenciones sociales o religiosas”: es la naturaleza  misma. Es inevitable no recordar otra frasecita, esta vez de Clinton: “the economy, stupid” (“es la economía, estúpido!”): “es la naturaleza, estúpido”.



El aborto y la claudicación del Estado y de la sociedad

Santiago M.Gigena

El día en que los defensores del aborto, se den cuenta de que el embrión o feto es un ser humano, entenderán que la solución nunca pasó por su legalización como medida de disminución de las muertes maternas. Ese día, y sólo recién, se pondrán a ayudar, realmente, a toda mujer embarazada. Mientras eso no sucede seguirán perjudicando a la mujer y asesinando al niño por nacer, con la complicidad del Estado y de la sociedad en general.

En esta nueva división que se ha instalado entre los argentinos gracias a la iniciativa del Presidente Macri al proponer el tratamiento parlamentario de la cuestión del aborto (propuesta que, por lo inusitada –el tema no figuraba en su agenda pre electoral- y, a la vez, por el innegable efecto distractivo que produjo en la sociedad, pareciera estar sustentada en un escandaloso y pragmático cinismo), hay que reconocer la presencia de una premisa compartida entre quienes están a favor de su legalización y sus oponentes: el valor de la vida humana. Solo que un grupo privilegia la vida de la madre exclusivamente y el otro defiende una postura abarcadora e inclusiva, dado que propone, con razones fundadas y concretas que van más allá del carácter declamatorio de un eslogan, que las dos vidas valen.
Lo que está en cuestión, reducido a su núcleo esencial, es si existe o no un derecho a matar a aquel ser que está siendo gestado en el cuerpo de su madre. Si existe, en tal caso debería ser receptado por la ley, reconocido y respetado por todos. Por el contrario, si no existe tal derecho, el aborto no debería ser reconocido por la ley.  
En la decisión legislativa, está inevitablemente implicada la ética: la primera y fundamental condición de posibilidad para que pueda ser legalizado el aborto es que debe tratarse de una acción éticamente irreprochable, caso contrario, la ley estaría justificando, es decir, haciendo justa, una acción fuertemente reprochable. Sostener, como lo ha hecho anteriormente en el diario La Nación el señor Alejandro Katz[1], que aquí y ahora no están en cuestión qué principios (éticos) deben prevalecer, y que por ello los legisladores no deben hacer valer su adhesión a los principios axiológicos implicados en su decisión, es escamotear la cuestión de fondo: a saber, si el aborto procurado está bien o está mal, si es justo o no lo es.  

Los seres humanos engendran seres humanos.
A lo largo de las discusiones que se desarrollaron en la Cámara Nacional de Diputados, como así también en los artículos de opinión publicados en los diarios y otros medios, ha quedado en claro para todos un hecho, cuya facticidad no se vincula con posturas religiosas o filosóficas: la unión de los gametos, cada uno con su carga genética propia, genera una nueva realidad, distinta de los progenitores. Esa realidad pertenece al mundo de los vivientes y, como tal, se puede reconocer en ella su pertenencia a una especie determinada, en este caso, a la especie humana. Quien lo afirma es la ciencia. En rigor, no se trata de un hecho necesitado de una demostración científica, puesto que la pertenencia del embrión a la especie humana está confirmada por la vinculación genealógica que este ser tiene con sus padres. Por lo tanto, aquello que hemos descripto más arriba como “aquel ser que está siendo gestado en el cuerpo de su madre” designa a un integrante de la especie humana. Que esté en una etapa de su desarrollo –inicial o más avanzada- no cambia un hecho esencial: es y sigue siendo en cada momento un miembro de la familia humana. La progresividad del desarrollo es una ley biológica que no se puede negar sin caer en la arbitrariedad. Con el aborto lo que se interrumpe no es un mero proceso biológico como se aduce. Si ese fuere el caso, ¿qué o quién es el sujeto de ese proceso biológico sino una unidad viviente que actúa de por sí desarrollándose gracias a la nutrición que le aporta la madre a través del cordón umbilical y a su propio programa de desarrollo? ¿Cómo se puede ignorar que el despliegue del ser humano antes y después del nacimiento es un proceso continuo de una y la misma realidad, idéntica genéticamente hasta el momento de la muerte? ¿Sobre qué bases se decide arbitrariamente que en tal o cual etapa de su desarrollo -cigoto, embrión, feto- no es un ser humano, aunque luego –si se lo deja nacer- sí lo es? Acaso el motivo más recóndito radica en que carece de voz y por ello no está en condiciones de hacer valer sus derechos?
Con respecto al embrión no se está frente a una mera cosa, sino ante un “quien”, una persona que aún se desconoce a sí misma como un “yo”, como le sucede también a un adulto que ha perdido la conciencia o, incluso, que está dormido. Pero sin duda ese “alguien” –no un “algo”-, transcurrido el tiempo y consumado el desarrollo que la misma biología pauta, llegará a decir “yo” y a reclamar un lugar en el concierto de la sociedad, como hoy lo podemos hacer todos gracias a que en su momento nadie ejecutó sobre nosotros la amenaza del aborto.
Ni siquiera es necesario recurrir a la ciencia para enterarse que lo que una madre engendra es siempre un hijo y que lo que ella porta en su cuerpo, en el hábitat natural del ser humano antes de nacer, es un integrante de la especie humana que para ella debiera ser, siempre, lo más entrañable. Basta con pensar en las experiencias más simples: ninguna madre al enterarse de su preñez concurre a un médico para preguntarle de qué está embarazada, si de una larva, o de un conjunto de células, o algo así. Piensa y habla de él como de un hijo y lo ama como hijo, porque sabe que eso es, sin necesidad de pruebas científicas. Incluso le habla, porque es un igual, aun cuando sabe que no la entenderá (¿no la entiende?). De igual modo, espontáneamente cambia su conducta y extrema en todos sus hábitos los máximos recaudos para que la salud del hijo no sea dañada (por el tabaquismo, la mala alimentación, etc.).
Tampoco los laboratorios y clínicas que lucran con el anhelo de los padres por un hijo abrigan la más mínima duda de que todo su capital invertido tiene como objeto lograr el desarrollo de un embrión que implantarán en el útero de la madre (no sin antes descartar como si fueran meros desechos no humanos otros embriones: una práctica abominable).

¿Por qué se le niega al embrión el mismo estatuto de ser humano que poseemos los demás?
Es muy difícil defender una ley que se pretenda justa si a través de ella se validan acciones que dejan sin protección la existencia misma de una determinada categoría de seres humanos: la de los que aún no han nacido en el caso de la legalización del aborto. Se comprende que sus defensores recurran a ese palabrerío hueco con el que quieren esconder lo evidente. De ahí esas fórmulas y malabarismos verbales que hemos tenido oportunidad de escuchar: “la post-verdad”, “política, no metafísica”, “estructuras patriarcales”, “estereotipos machistas”, “las mujeres no somos meros envases”, “el embrión es una larva”, “no es un ser humano porque no tiene conciencia, o no habla, o no tiene sensibilidad al dolor”, etc. etc. Se trata de maniobras negacionistas: requieren la negación de la realidad, porque nadie en su sano juicio –y éste es un principio moral compartido- está dispuesto a suscribir la afirmación de que es lícito el asesinato de un ser humano inocente.
¿Por qué la persistencia en negar este hecho por parte de quienes organizadamente defienden la licitud del aborto? Plausiblemente, por razones ideológicas. En términos generales una ideología es un constructo intelectual sustentado en intereses político-sociales, dotado de un blindaje que lo inmuniza contra la evidencia de los hechos que pudieran contradecirla. Una ideología es, en su más íntima esencia, el resultado de un puro voluntarismo que se ciega a la realidad. Sería largo internarse en las raíces ideológicas que alientan e impregnan las posturas pro-aborto, pero basta con algunas indicaciones generales: el aborto se propone como un mecanismo de control demográfico, que beneficia a los países más ricos y poderosos, los cuales ven en el incremento de las poblaciones pobres una amenaza grave que puede bloquear el acceso de aquellos a las reservas naturales; el aborto es también considerado en clave ilustrada o iluminista como una herramienta de liberación, o más estrictamente, como una herramienta emancipatoria (“emancipación de los condicionamientos de la naturaleza”, “emancipación de la esclavitud de la maternidad”); el aborto está en función de una libertad que no tolera ningún límite (“mi cuerpo es mío y hago lo que quiero con él”). Peor incluso: el aborto consagra la subjetividad del deseo en exclusiva ley del actuar (“la mujer debe tener el derecho de librarse del hijo no deseado o no programado”) como, si los estados anímicos, de por sí cambiantes, fueran la última razón contra la que se estrellan todas las razones y derechos. Finalmente, sin duda también, todo ello es una consecuencia lógica y psicológica de la sociedad del bienestar y su creciente presión para maximizar el placer, un placer que no tolera frustraciones, un placer que se vuelve brutal, como es el caso del aborto: en sí mismo un acto de violencia contra un proceso natural, como lo es el desarrollo silencioso del embrión al abrigo de la madre.

¿Con qué argumentos se le niega al embrión el mismo estatuto de ser humano que poseemos los demás?
En cualquier debate quien pretende cambiar algo, por el motivo que fuere, tiene la carga de la prueba, esto es, debe probar que la innovación es benéfica, o más justa o más útil, etc.etc. En este caso, la carga de la prueba la tienen aquellos que buscan legalizar el aborto. Deben demostrar que el aborto es bueno o justo, en fin, que es un derecho humano y que en razón de ello, debe modificarse la legislación penal en el sentido que ellos pretenden. En muchas de sus argumentaciones incurren en el sofisma lógico conocido como “petición de principio”, que consiste en suponer como demostrado aquello que no lo ha sido. Así por ejemplo, se argumenta que el aborto debe ser legalizado porque en caso contrario se genera una desigualdad, una situación de discriminación desfavorable para las mujeres pobres, por cuanto las únicas que pueden recurrir a él en condiciones de clandestinidad y a la vez sanitariamente seguras, son aquellas que tienen una posición económica desahogada. Pero con ello se da por sentado que el aborto es en sí mismo bueno o justo, es decir que el aborto es un derecho. Ahora bien, como hemos dicho, este es el punto neurálgico de la discusión: ¿el aborto es justo o no? Si el objeto sobre el que recae la acción de abortar es un ser viviente perteneciente a la especie humana (un hijo), entonces ya no es cuestión de equidad entre las que de hecho abortan porque pueden pagar y las que no abortan porque no pueden hacerlo. Ni a unas ni a otras les es lícito abortar.
De la misma manera, incurren en dicho sofisma quienes aducen las estadísticas –por lo demás seriamente controvertidas- sobre las muertes maternas causadas por abortos clandestinos. Ahora bien, si el aborto es una acción intrínsecamente injusta –puesto que priva de la existencia a un ser humano en gestación-, no resulta admisible que la razón para legalizarlo sea asegurar que el crimen se lleve a cabo en condiciones óptimas de higiene y salubridad por profesionales habilitados legalmente, para hacer bajar las cifras y las pérdidas de vidas maternas (en cualquier circunstancia, lamentables). La verdadera razón del descenso de esas cifras debería estar en la disminución de los abortos clandestinos.
También se aduce que la cantidad de abortos clandestinos implica que su prohibición legal es ineficaz. En ese sentido, ha escrito en el diario La Nación Julio María Sanguinetti[2] que “cuando la distancia entre la legalidad y la legitimidad de un acto no hace más que ampliarse, la ley no puede ya ni cambiar la conducta ni sancionar a quien la infringe. Es, entonces, el momento de cambiar la ley.” El argumento es interesante, sólo que si lo seguimos un trayecto nos llevaría a tener que legalizar, muchas otras conductas, como por ejemplo, la coima que, al parecer, está incorporada desde hace décadas en la conducta de políticos, agentes del estado, empresarios y el ciudadano común. O también tendríamos que legalizar los robos de menor cuantía en los comercios, los cuales casi nunca son perseguidos penalmente. Pero si no legalizamos tales acciones se debe a que se da por sentado que son acciones reprensibles. Otra vez, el argumento repite con ligeras variantes el esquema del sofisma de “petición de principio”. Por otra parte, parece olvidarse que las leyes tienen un valor educativo: donde faltan convicciones ético-religiosas, como sucede en las sociedades secularizadas, al menos queda el recurso del castigo que impone la ley, el cual, con su efecto disuasorio genera costumbres. Por desgracia, es de prever que, debido a la intensa campaña de la mayor parte de los medios y de los comunicadores sociales, de los profesionales y de la gente ilustrada en general (el establishment intelectual), favorables a la legalización del aborto, se agrande todavía más la brecha entre la ley y su incumplimiento.

La aprobación legal del aborto significa el fracaso del Estado y la sociedad.
Es un fracaso porque el Estado renuncia a tutelar el bien jurídico de la vida cuando se trata del no nacido. Renuncia a tutelar a los más débiles. Es la claudicación del Estado que, de hecho, sigue el camino más fácil, en lugar de disponer enérgicas políticas de apoyo a la familia, y en especial a la mujer gestante y al niño.
Desde el punto de vista del tipo de sociedad que queremos constituir y dejar a nuestros hijos, la aprobación legal del aborto, significará un punto de inflexión que nos afectará a todos de una manera profunda. En efecto, ello conlleva una dinámica propia, que termina por arrastrar, más temprano o más tarde, principios éticos hasta ahora intangibles e incuestionados. El primero de ellos, la sacralidad de la vida humana en cualquiera de sus etapas o estados. Pero también el derecho de los médicos y personal sanitario a abstenerse de participar en la realización de un aborto (derecho a la objeción de conciencia). Puesto que si es un derecho, ¿durante cuánto tiempo la ley tolerará que haya quienes se oponen al ejercicio del presunto derecho al aborto? ¡Qué contraste! Pasaríamos de perseguir a aquellos profesionales de la salud que hoy cometen un homicidio infringiendo su deber de procurar la salud, a perseguir mañana a sus otros colegas que se niegan a usar su ciencia y su arte contra la vida humana.
Por otra parte, si se llegara a reconocer al aborto como un derecho, ¿cómo no se advierte que una de las futuras víctimas es la misma mujer que, embarazada de un niño con una afección incurable o con una malformación o una discapacidad, será objeto de una fuerte presión psicológica, de un acto de violencia no física ejercido por los familiares, el progenitor, los médicos, etc., quienes la convertirán en la culpable de haber traído al mundo a un ser humano deficiente? ¿Es posible negar que la legalización del aborto es, simultáneamente, un camino abierto a las prácticas eugenésicas?
En definitiva, los proyectos impulsados a favor de la despenalización y legalización del aborto, consagran el principio de la ley del más fuerte: el derecho a la existencia deja de ser universal, y pasa a convertirse en un derecho que nos asignamos entre nosotros los adultos, pero que se lo negamos a los que no tienen voz. Estamos a las puertas de una sociedad cada vez más insolidaria y violenta, que trivializa la vida. ¿Cuánto tiempo se puede mantener una sociedad de este tipo?



[1] Diario La Nación, 25 de abril de 2018.
[2] Diario La Nación, 28 de abril de 2018.